martes, 20 de agosto de 2013

Mis hijos, mi mejor obra



Cuando los hijos nacen y van creciendo nos dan alegrías de todo tipo. Escucharles decir mamá, pedir alimentos… pero abrazarnos y decir que nos quieren hasta el corazón es una suerte de imán al cual quedamos pegados para toda la vida.
Sucede todo el que descendencia tiene en este mundo. Los hijos van creciendo y una madre madura al paso del tiempo. ¿Será suficiente una vida para amarlos y conducirlos por buenos caminos?
Nunca será bastante el tiempo, ese tiempo que avanza indetenible ante momentos buenos y malos, él simplemente pasa y solo nos damos cuenta cuando vemos a un hijo hombre o mujer delante de nosotros como si nada.
Ahí mismo tropezamos con las más variadas contradicciones: los gustos, las modas, las maneras de actuación, las relaciones con sus coterráneos y tantas otras actitudes que nos convencen de su crecimiento.
“Los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres” o “Hija eres y madre serás” son frases que ilustran este fenómeno contradictorio entre los jóvenes hijos y sus progenitores.
Quizá el problema vaya más allá del entendimiento humano o los análisis de psicólogos, sociólogos y otros  especialistas dedicados a estudiar los comportamientos humanos y sus causas.
Esa no es mi pretensión. Sencillamente quiero decir que mis hijos, los 2, han crecido, ahí están mis mejores obras, el mayor orgullo de mi vida y mi razón de ser.

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