A él lo conocí hace un montón de años,
quién lo duda. Cuando todavía no alcanzaba a balbucear palabras coherentes ya
gritaba alto y fuerte una que hasta ahora acompaña la relación tan maravillosa
que existe entre nosotros.
Sencillamente papa, así sin tilde.
Creo que de esa manera me apego más a ese ser genial que nació en el julio
caluroso del año 40 del siglo XX. Ese mismo hombre pasó más de cuatro décadas
detrás de un yunque mandarria en mano dando forma a cuanto hierro se le
antojaba útil.
Aprendí al lado de él a identificar
las llaves inglesas, españolas, las de regulación, los martillos bolos, las
mandarrias por sus pesos, yunques, mordientes, taladros, pinzas, alicates,
arandelas, tuercas en fin tantas piezas que ahora mismo armaría todo un taller
o mejor su pequeña herrería.
Quizá crea usted que este herrero
forjador, de manos rudas y pocos estudios, no perdía tiempo en apañar caprichos
a la niña de sus ojos, todavía recuerdo los juguetes para varones que llegaban
a las tiendas e iban a parar a mis manos y la compra de aquel potro aún sin
domesticar por el solo hecho de complacer a su niña, quien luego se le sentaba
en sus piernas a tomarse el último biberón de leche para ir feliz a la cama.
Hace 5 años que no escucho los sonidos
rítmicos como solo él sacaba a los hierro, quiso el destino que una enfermedad
lo privara de hacer lo que más le complacía.
Se siente orgulloso de aquella niña
que ya creció le dio 2 nietos y aunque juraba en su infancia iba a ser amazona,
enfiló sus pasos primero a la pedagogía y luego al periodismo, profesión esta
última que me permite hoy agradecerle sus enseñanzas para toda la vida.
Así de sencillo es mi papa, recuerde
sin tilde. Sabía que me faltaba algo, este hombre que he descrito a grandes
rasgos hoy, se llama Rafael Castro Moldes pero todos, todos en Songo - La Maya y un poco más allá le
conocen por “Fosforito” el herrero.
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