“Nunca imaginé que con este oficio iba
a ayudar a tantas personas y menos que serviría de Celestina del siglo XXI”.
Fueron las primeras confesiones de
esta songomayense que es intérprete de lengua de señas.
“Cuando me hablaron de la posibilidad
de pasar el curso de intérprete, en un inicio temí pues veía esa profesión muy
compleja. Imagínate tu expresarlo todo con las manos y los labios ahí van
implícitos sentimientos y estados de
ánimo de quienes no pueden hacerlo a través de las palabras”.
Hace ocho años que María se ha vuelto
imprescindible en las vidas de Reynaldo, Bella, Joaquín y tantos otros
sordomudos de aquí de la tierra del León de Oriente quienes la ven como parte
de la familia.
“A veces me juegan malas pasadas, pues
nada más trate de imaginar una escena donde se molestan con otro sordomudo o
una persona oyente como tu y yo, se sienten ahogados y yo soy la única vía de
entendimiento, tengo que acopiar toda la paciencia del mundo y llevarlos a la
comprensión”.
“Igual sucede cuando se enamoran y
tengo que servirles de intérprete, es tener participación directa en esa
relación amorosa, si fructifica me siento satisfecha, si son rechazados sufro
tanto o más que ellos, porque siempre pienso que pude hacerlo mejor”.
“¿Momentos difíciles? Cuando me
inicié, todavía no tenía práctica y me costó mucho trabajo acostumbrarme a ellos y a la vez
que se adaptaran a mí. Los más gratificantes
ayudarlos a comunicarse, llevarlos a un centro laboral y que sean aceptados por
todos sin prejuicios de ningún tipo”.
Hoy María camina las calles de su
Songo - La Maya natal sabiendo que sus señas han calado hondo en la comunidad
sordomuda de este pueblo y que reconocen en ella a la mujer de las señas.
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